domingo, 14 de abril de 2019

De Los Andes a Río Blanco, en el otro Tren del Vino

Por Juan Pablo González, desde Los Andes .
Reportaje
El Mercurio

La Góndola Carril es una vieja "liebre" de los años 20 transformada en tren, y que ahora utiliza parte de la antigua ruta ferroviaria que unía Los Andes con Mendoza para hacer un recorrido por la cultura viñatera del valle del Aconcagua. Así es el viaje.



A las 9 de la mañana de un agradable día de marzo, los hermanos Sergio y Rodrigo Carmona se ven ansiosos en La Maestranza de Los Andes, donde se guardan los trenes que circulan alrededor de esta ciudad. Ellos son los encargados del viaje que comenzaremos en unos minutos más: un recorrido de 34 kilómetros a bordo de la Góndola Carril, una antigua liebre de los años 20 que fue reconvertida en tren y que ahora está realizando un nuevo circuito turístico impulsado por la Asociación de Viñateros de Aconcagua.

Mientras esperan a algunos turistas que probarán por primera vez esta experiencia, Sergio -50 años, constructor civil y representante de la Asociación Chilena del Patrimonio Ferroviario- comenta con Rodrigo -47 años, ingeniero agrónomo de la Universidad Austral y representante de la Asociación de Viñateros de Aconcagua- cómo y por qué se acabó la antigua ruta ferroviaria que unía Los Andes con Mendoza, que funcionó hasta 1984. "No había rentabilidad. Un camión podía mover mucha más carga que un tren, y eso tampoco se modernizó", dice Rodrigo, quien además tiene un vínculo familiar con ese medio de transporte: su papá fue uno de sus conductores. "Él bajó el último tren (desde Mendoza). Cuando llegó acá se cortó el servicio de electrificación en la estación de Yuncal y después lo saquearon todo. No hubo un cuidado tipo patrimonial; las instalaciones están casi todas destruidas. De hecho, la casa donde vivía mi papá se usó como polígono de tiro".

La Góndola Carril, precisamente, recorre parte de ese trayecto, lo que todavía sigue en pie: desde Los Andes hasta la localidad de Río Blanco.

Diez minutos más tarde, con los 27 pasajeros ya reunidos -la capacidad total de la Góndola, más el maquinista y el ayudante-, Sergio Carmona comienza a caminar por la Maestranza. Haciendo relucir su polera blanca con el nombre "Góndola Carril t-1024" bordado en el pecho, comenta brevemente la historia del recorrido y muestra algunos de los monumentos nacionales que aquí se albergan. Entre ellos, una locomotora inglesa de 1930, la FC-3313, de las que solo quedan dos en Chile: una en el Museo de Trenes de Quinta Normal y la otra aquí en la Maestranza de Los Andes.

Según explica Sergio, está casi lista para salir a andar. "Solamente nos faltan 5 millones de pesos para comprar carbón y poder llevarla al menos al supermercado", dice bromeando. "Estos modelos se fabricaron solamente para este tipo de rutas. La idea era que cuando había pendientes muy fuertes, la locomotora fuera capaz de remontarlas. Un ferrocarril normal puede subir una pendiente de 2,5 por ciento, pero en los Andes había pendientes de hasta 8 por ciento".

Sergio también se refirió al difícil proceso de restaurar y conservar este patrimonio ferroviario. Dice que cuando llegó a trabajar a la Maestranza, en 1999, los trabajadores estaban botando los planos viejos de estos trenes. Él los recogió y guardó. Con el tiempo, estos sirvieron para recuperar varias maquinarias, como un automotor Schindler que prestó servicios para el Mundial de 1978 (llevaba pasajeros hasta la sede de Mendoza), y ahora intentan hacer lo mismo con unas locomotoras suizas que permanecen guardadas en un galpón. "Esas se trajeron en 1923 para electrificar la ruta. Las teníamos bien pintaditas, pero vinieron los grafiteros a dejar su marca. Las volvimos a pintar, las volvieron a grafitear, y ahora las tenemos guardadas hasta que se puedan poner en un museo", dice Sergio.

Arriba de la micro

A las 9:30 en punto aparece la esperada Góndola Carril t-1024 en la Maestranza de Los Andes. Y efectivamente se trata de una antigua liebre pintada de rojo y blanco que se ve reluciente y se detiene chirriando en los rieles. Los responsables del viaje serán el maquinista Camilo Villarroel, que lleva 15 años haciendo esta ruta (que se usa sobre todo para transportar cobre), y su ayudante Jaime Fuentealba, también con años de experiencia: él se encarga, entre otras cosas, de la mantención de las vías. Camilo toca la bocina, la gente sube rápidamente al tren y partimos. Por esta vez, los hermanos Sergio y Rodrigo Carmona se irán en auto, para coordinar la logística del viaje y esperarnos en cada detención.

La Góndola avanza mientras los pasajeros que van a bordo -la mayoría turistas santiaguinos-, pero sobre todo los niños, miran emocionados a través de la ventana. El camino es pedregoso, por lo que la Góndola se mueve. Afuera, más allá de las vías, todos salen a mirarla. Gallinas y perros se ponen al frente y después cruzan la línea. Algunos intentan perseguirla, aunque no lo logran: su avance a 20 kilómetros por hora es suficiente para dejarlos atrás.

Como la línea del tren colinda con la carretera Los Andes-Mendoza, los autos que pasan saludan a bocinazos y el maquinista devuelve el saludo con otro.

A casi una hora de iniciado el viaje, el tren se detiene abruptamente, justo antes de un cambio de vía. Jaime se baja a revisar y luego dice: "No es nada grave. Había un riel quebrado. No es un problema mayor, pero sí de cuidado, porque más tarde pasará por aquí un tren carguero, así que debemos informar a la gente de mantención para que lo reparen antes de que baje".

Camilo Villarroel explica que hay tres trenes diarios que viajan por esta ruta. Parten desde Saladillo, donde está el concentrado de cobre de la División Andina de Codelco, y luego bajan hacia Los Andes, para hacer una transferencia hacia Ventanas, en la costa. Uno sale a las 6 de la mañana; otro a las 15 horas, y otro más a las 23, con sus respectivos retornos. "Se demoran un día completo en hacer el recorrido. Por eso nosotros debemos coordinarnos con ellos y hacer los cambios de vía".

Abandonados

La primera parada de la Góndola Carril en esta Ruta del Vino es en la antigua estación Vilcuya, a la que se llega a eso de las 10:30. En el lugar ya están instalados los hermanos Sergio y Rodrigo Carmona. "Vilcuya era una estación que usaba el personal de mantenimiento del ferrocarril, pero ahora está abandonada", cuenta Sergio, y eso se nota: una caseta deteriorada repleta de barrotes oxidados, trozos de tabla y un par de sillas en mal estado.

Pero la tristeza que podría causar este lugar es compensada rápidamente. Frente a la caseta, cruzando la línea del tren, vemos una gran mesa con copas de cristal, todo bajo la sombra de un sauce. Allí está dispuesta una degustación del syrah malbec de El Escorial, una de las viñas que integran la Asociación de Viñateros del Aconcagua. Rodrigo Carmona, entonces, toma la palabra: "Hemos pensado que el vino y el tren hacen un maridaje perfecto, por lo que decidimos unir el romanticismo del tren versus el misterio y la magia que hay en torno al vino", dice.

Tras servir el vino, Rodrigo hace un pequeño curso de cata. Primero observamos el grosor, luego el aroma y, finalmente, el sabor.

El silencio del momento solo lo interrumpe el largo tren carguero que viene de Saladillo con sus 20 contenedores llenos de concentrado de cobre.

La leyenda de un soldado

A las 11:10 horas volvemos al tren y continuamos. La ruta se vuelve más angosta y empinada, y pasa varios puentes de madera. Llegamos a una zona de túneles hechos a la antigua, en medio de la roca y sin iluminación. A las 11:40 nos detenemos a la salida de uno de ellos y caminamos un poco para ver el llamado Salto del Soldado.

Esta es una montaña que se ha dividido en dos debido a la erosión provocada por el río Aconcagua. Entre ellas hay un precipicio de alrededor de 150 metros. La leyenda cuenta que, después del Desastre de Rancagua, el Ejército Patriota decidió replegarse hacia Argentina. En eso, un soldado se atrasó en el camino y se topó con parte de los militares españoles: para evitar la captura, el nacional se arriesgó y con su caballo saltó de un pedazo de montaña hasta el otro. Los realistas, intimidados por el precipicio, decidieron dejar de perseguirlo y el chileno se salvó. De ahí el nombre.

Seguimos. El viaje en la Góndola Carril enfila hasta el camping Alturas de Río Blanco, que se ubica a 2 kilómetros de la estación Río Blanco, el final de la vía. "Ya no vamos hasta allá porque no hay mucho que hacer ahí", dice Sergio Carmona, que otra vez ha llegado antes en auto, para recibir a los pasajeros.

En el lugar hay un gran comedor, donde se realiza una degustación de Carménère Gran Reserva de Viña Peumayén y un Gran Reserva Cabernet de Viña In Situ. Luego viene el almuerzo, que en este caso es típico chileno: cazuela de vacuno. El resto de la tarde la pasamos en el camping, que está junto a la línea del tren y donde hay varios árboles donde guarecerse, aunque quizá sea mejor idea aprovechar la piscina.

A las 17:30 horas, tras una pequeña once, es hora de volver a Los Andes. Esta vez, el viaje es sin detenciones, así que llegamos a las ocho.

Cuando bajamos, Camilo Villarroel, el maquinista, se despide como corresponde: hace sonar una vez más la bocina de la histórica Góndola Carril t-1024, que esa misma noche volverá a refugiarse donde mejor la han cuidado, en la Maestranza, hasta su próximo viaje.



El nuevo Tren del Vino del Valle del Aconcagua está saliendo los primeros domingos de cada mes desde La Maestranza de Los Andes. Hay que estar allí a las 9 de la mañana. Es un viaje por el día e incluye comida y degustaciones de algunas etiquetas de las viñas que integran la Asociación de Viñateros de Aconcagua. Más información, Sergio Carmona, cel. +56 9 9319 3454; mail gondola.carril@gmail.com




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